Por Alfonso Navarro
Vi la película "En el nombre de Dios". Salvo un cierto abuso de primeros planos faciales, en mi opinión se puede decir que cinematográficamente su manufactura bordea una alta calidad con actuaciones convincentes, excelente fotografía y atinada dirección.
Sin embargo, el tema de denuncia social-religiosa muerde los extremos de la exageración y la generalización. No es creíble que 30 mil mujeres recluidas en los centros de las Hermanas de Magdalena se hayan vuelto locas, ni que todas ellas -las 30 mil- hayan sido abusadas física y mentalmente.
Reitero, esto no es creíble. Menos aun que, si de estas miles sólo tres denunciaron una serie de barbaridades después de más de 30 años, se construya un mundo de perversiones y perversidades sobre la base de esos tres testimonios.
Por otra parte, difícilmente se puede aceptar, en sana lógica, que todas las religiosas encargadas de esas instituciones actuaran como personas poseídas por el demonio y crearan un auténtico infierno sin que nada ni nadie pudiera ponerles un alto. Insisto, todo ello se evidencia absurdo y bizarro.
Pero estas reflexiones no sólo se dirigen hacia la película y el anticlericalismo sospechoso, un tanto virulento, que se ha desatado en los últimos años, principalmente a través del cine, con películas de bajo o alto presupuesto.
Tal parece que el objetivo apunta a desprestigiar, única y solamente, a la Iglesia Católica. Y esto resulta muy extraño, porque ninguna institución religiosa (judía, musulmana, protestante, etcétera) se salva de esconder casos similares, protagonizados por ministros o pastores que ingresan a esas asociaciones emocionalmente desajustados, perturbados, con baja autoestima y con falsos motivos para, una vez obtenida la investidura sagrada, abusar de su autoridad y dañar a presas fáciles que pueden ser menores de edad o personas inestables que buscan ayuda a sus problemas existenciales.
En el libro "Pastores que abusan", el autor no católico Jorge Erdely expone casos de pastores pseudocristianos que causaron daños físicos y psicológicos a muchas personas. Estos maestros e iluminados no dudaron en abusar de sus posiciones religiosas para practicar valores contrarios al Evangelio.
Pero también advierte atinadamente el autor: "El hecho de que existan pastores abusivos, no quiere decir que todo el cristianismo esté mal, y que no existan verdaderos líderes cristianos que pueden ser una bendición para nuestras vidas. Al contrario, todos sabemos que así como hay buenos médicos también los hay malos. Así como hay profesionistas serios también existen los impostores; lo mismo sucede con los pastores. Lo importante es aprender a diferenciarlos".
Las instituciones no son buenas o malas per se, por sí mismas; somos los individuos quienes las mejoramos o envilecemos con nuestros actos. En este sentido, y en lo que atañe al catolicismo, no se pueden ignorar aquellas religiosas -como también religiosos y excelentes sacerdotes- que, quien más quien menos, hemos conocido a lo largo de nuestras vidas, verdaderos ejemplos de santidad que afortunadamente sobrepasan en número a los de la maldad.
Nadie puede negar la obra callada e insustituible de misioneras que han sido brutalmente violadas, perseguidas o asesinadas en Asia y en Africa. El legado de la madre Teresa de Calcuta habla por sí sólo a través de las miles que, verdaderamente en el nombre de Dios, siguen sus huellas repartiendo bondad y amor a los más pobres de los pobres en los cinco continentes. En esas regiones, a veces hostiles, padecen todo tipo de penurias como enfermeras, maestras o desempeñando todo tipo de actividades para realmente ayudar a sus semejantes con total generosidad y diligencia.
Por otro lado, ¿cómo olvidar a las miles de religiosas enclaustradas cuyas vidas realizan el ideal de todo creyente: orar, suplicar por horas y horas, elevar miles de plegarias por los pecadores, por los que sufren, por el Papa, por la paz del mundo? ¿Cuándo la Humanidad les agradece y hace pública su gratitud? Ciertamente, a la madre Teresa de Calcuta le otorgaron el Premio Nobel.
Pero, ¿cuándo iremos al cine para ver las historias de aquellas mujeres ignoradas que han elegido una vida dura, habiendo sacrificado familia, hijos y toda clase de afectos legítimos para acudir en ayuda de sus semejantes?
En conclusión, existe la posibilidad de realizar filmes no sólo de denuncia, sino de testimonios de miles de personas que, de una u otra forma, se han visto bendecidas por estas mujeres religiosas que les dieron el amor, la ternura, la comprensión que quizá su propia familia les negó. Pero mucho me temo que nunca veremos esas posibles películas, porque en ellas no habría morbo, ni violencia, ni sexo, y esto no vende ni deja ganancias millonarias a los productores y directores.
Ante esta realidad, se descubre que los a filmes de contenido religioso sólo les interesa el escándalo y el dinero, nunca lo bueno que puede haber en una institución, sea la familia, la escuela, el gobierno, el ejército o cualquier otra.
*Alfonso Navarro es analista de temas sociales.
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