miércoles, noviembre 10, 2010

LA “EVOLUCIÓN” DE HIGINIO PÁRROCO *

De los comentarios del blog: espada de dos filos...

Higinio fue cura de pueblo, y desde la dignidad de su sotana, mantenía el respeto reverencial y a la vez el gesto afable y paterno. Fue una figura venerable como párroco de la juventud. Acudían a él los niños a besarle la mano pronunciando el AVE MARÍA PURÍSIMA. Y a escuchar de sus labios siempre una palabra de padre. Él era inequívocamente pastor, y a él acudían para consuelo y consejo las tribulaciones de la juventud y las penas de la vejez. Aquellas gentes tenían como la mayor honra de su vida ver a un hijo suyo sacerdote.

Pero llegó el post-concilio, y con él, Higinio se renovó para aggiornarse a los signos de los tiempos. Ahora, él sabe más que veinte siglos de catolicidad. En su inmenso porta-folios lleva un nuevo culto, casi una nueva religión, que aprendió de maestros holandeses. Y un inmenso desprecio por la fe del pueblo sencillo.

Ya no viste sotana, sino como cualquiera, y con torpe desenvoltura trata de hablar y de reír como los demás. Con él viene “la Iglesia de los pobres”, pero él es el primer párroco con coche (“instrumento de trabajo”) para no estar nunca en el pueblo.

Para reconocer en él al cura es preciso apelar a nociones abstractas, porque lo que se ve es su antítesis, su negación misma. A lo sumo, es un poco asistente social y recitador de los tópicos de libros de autoayuda.

En la parroquia, ya no hay unción, ni respeto, ni devoción, ni fervor. Sólo ruido, innovación, petulancia e impiedad. Ya los niños no acuden al paso del sacerdote. ¿A qué fin?

Todo cuanto ha existido debe ser cambiado por “preconciliar”. Ya no suenan las campanas del Angelus ni el pueblo se reúne en una única Misa Mayor. Fiestas y procesiones han sido alteradas o suprimidas sin el menor respeto; incluso el Santoral ha cambiado. El culto divino se ha extenuado hasta su extremo. Y no existe el latín, ni el gregoriano de la liturgia católica; toda polifonía clásica ha sido retirada. Salmos con ritmo protestante, cancioncillas bobas y ritmos irreverentes han ocupado su lugar.

Y la estridencia, se añade la improvisación constante, el mal gusto. Altavoces por todas partes con su resonancia metálica, altavoces de feria en el templo, hasta en los entierros. (Sordo debe ser su Dios, o no les quiere escuchar). El silencio, el recogimiento, la oración personal, no tienen ya cabida en el templo.

Higinio no se sienta más en el confesionario, porque la confesión frecuente ha sido reemplazada por la psicología, y con las absoluciones colectivas se gana en tiempo y "eficacia pastoral".

Y como sustancia de toda esta siniestra algarabía, la prédica “social”. ¡Qué todos la escuchen callados, y que nadie se arrodille al comulgar…! Violencia a las almas, violencia a las conciencias y la sensibilidad… Todo en nombre de la libertad, del hombre moderno, del progreso y de los signos de los tiempos.

* Adaptado de un texto de Rafael Gambra Ciudad.

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