
Cuando nos angustie la idea de la muerte, podemos unirnos a Jesús en el Huerto de los Olivos, quien, sudando sangre, ofreció su vida al Padre en expiación por nuestros pecados. Lo hizo, entre otras cosas, para que tu muerte y la mía pudieran ser victoriosas. Podemos decirle: “Cúmplase tu voluntad, Dios mío. Que mi muerte sea también instrumento para la salvación de muchos.”... Con actos como éste, de aceptación y ofrecimiento de tu propia muerte, irás venciendo poco a poco tu repugnancia y tu angustia. La Iglesia ha reconocido el valor de tales actos y ofrece, a quienes hayan rezado habitualmente durante su vida, una indulgencia plenaria en la hora de la muerte.”
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