El trato con los demás puede servirnos de mucho para adelantar en nuestros conocimientos.
La discusión es una fuente de luz si se evitan el espíritu de parcialidad, la influencia del amor propio y los peligros que hay en tales casos de ofender el ajeno.
Es digno de notarse que en el calor de las discusiones y a veces en el suave movimiento de una conversación tranquila, nos ocurren pensamientos que jamás se nos hayan ofrecido. Las dificultades del adversario, las observaciones de un amigo, las dudas del indiferente, a veces las mismas necedades del ignorante hacen descubrir puntos de vista totalmente nuevos que ensanchan e ilustran las cuestiones. Los espíritus humanos tiene la facultad de fecundizarse unos a otros.
Desgraciadamente se cae con sobrada frecuencia en errores muy comunes. Se tiene el juicio formado previamente y no se piensa en rectificarlo, sino en sostenerlo; no se trata de buscar la verdad, sino de luchar y vencer. El orgullo de los contrincantes se exalta, las palabras son duras, el tono áspero, cuando no insolente, y lo que debía ser una especie de asociación en que cada cual pusiera en el fondo común sus fuerzas particulares con el objeto de encontrar la verdad, se convierte en un desafío literario en que se manifiestan pasiones y miserias.
Conviene sobremanera guardarse del espíritu de disputa. Cuando no se espera ningún resultado a favor de la verdad es mejor condenarse al silencio, aun cuando se oigan proposiciones que se pudieran rebatir. Esta prudencia en huir de disputas ruidosas evita disgustos, es conforme a la sana moral y a la buena educación y ahorra un tiempo precioso que se puede emplear en trabajos útiles.
Pero conviene igualmente buscar el trato de personas entendidas y juiciosas; es increíble el fruto que se saca de conversar con otro las materias que se han estudiado. Con esta comunicación el espíritu se desarrolla, se aviva, recobra las fuerzas debilitadas en las horas de soledad, conoce sus errores, rectifica sus equivocaciones, se confirma en las verdades encontradas, descubre nuevos caminos para llegar a otras, en breve rato recoge el fruto de largos trabajos de su interlocutor a su vez le comunica los suyos, da y recibe, aprende y se solaza.
Jaime Balmes en su obra "Filosofia Elemental".
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