domingo, diciembre 04, 2016

Don Quijote y el rosario.



Puede parecer extraño que el mismísimo Don Quijote rezase el rosario. Y sin embargo así se desprende de la lectura de los siguientes pasajes: 


En el c. XXVI de la 1 parte: “Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo Don Quijote, en Sierra Morena", dice Cervantes que el buen hidalgo, queriendo imitar a Amadís de Gaula: ,
“...lo más que él (Amadís) hizo fue rezar; y así haré yo, y sirviéndole de rosario unas agallas grandes de alcornoque, de que hizo un diez, y que ensartó, lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien consolarse...” 


Aunque en esta primera salida Don Quijote no llevaba rosario por lo que se sirve de un improvisado ábaco hecho con el fruto del alcornoque, sin embargo en el c. XLVI de la 11 parte (donde se habla “Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió Don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora”), lo encontramos saltando de la cama y...
“... púsose en la cabeza una montera de terciopelo verde guarnecida de pasamanos de plata... asió una gran rosario que consigo continuo traía... y salió a la antesala donde el duque y la duquesa estaban ya vestidos y como aguardándole...”.

Algo debía de inquietar el rosario al buen hidalgo ya que en la visión de la Cueva de Montesino (e. XXIII, 11 parte) al describir al “venerable anciano vestido con un capuz de bayeta morada” añade que “... no traía arma ninguna, sino un rosario de cuentas en la mano, mayores que medianas nueces, y los dieces asimismo como huevos medianos de avestruz...”.

Aquel rosario no sólo servía a Don Quijote para rezar sino para contar, según leemos en el c. LXXI de la II parte, como hacen los árabes con el suyo. Yendo de regreso con su escudero a la aldea, queriendo pagar con azotes el desencanto de Dulcinea, convence a su escudero a que cumpla dicha disciplina, y “...porque no pierdas por, carta de más ni de menos, yo estaré desde aparte contando por este rosario los azotes que te dieres”, lo cual indica que lo tuvo consigo, al menos durante todo el tercer viaje hasta el regreso a su pueblo.

Finalmente en el c. L (II) hay una lacónica descripción a propósito de la sarta que Teresa Panza traía colgada al cuello:
“las avemarías y los padrenuestros son de oro de martillo, y yo soy gobernadora”.
Leido en hispanismo.org

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