martes, abril 27, 2010

Lo que encontré en mi primera Misa

Allí estaba yo, de incógnito: un ministro protestante de paisano, deslizándome al fondo de una capilla católica de Milwaukee para presenciar mi primera Misa. Me había llevado hasta allí la curiosidad, y todavía no estaba seguro de que fuera una curiosidad sana. Estudiando los escritos de los primeros cristianos había encontrado incontables referencias a «la liturgia», «la Eucaristía», «el sacrificio». Para aquellos primeros cristianos, la Biblia el libro que yo amaba por encima de todo era incomprensible si se la separaba del acontecimiento que los católicos de hoy llamaban « la Misa».

Quería entender a los primeros cristianos; pero no tenía ninguna experiencia de la liturgia. Así que me convencí para ir y ver, como si se tratara de un ejercicio académico, pero prometiéndome continuamente que ni me arrodillaría, ni tomaría parte en ninguna idolatría.

Me senté en la penumbra, en un banco de la parte de más atrás de aquella cripta. Delante de mí había un buen número de fieles, hombres y mujeres de todas las edades. Me impresionaron sus genuflexiones y su aparente concentración en la oración. Entonces sonó una campana y todos se pusieron de pie mientras el sacerdote aparecía por una puerta junto al altar.

Inseguro de mí mismo, me quedé sentado. Como evangélico calvinista, se me había preparado durante años para creer que la Misa era el mayor sacrilegio que un hombre podría cometer. La Misa, me habían enseñado, era un ritual que pretendía «volver a sacrificar a Jesucristo». Así que permanecería como mero observador. Me quedaría sentado, con mi Biblia abierta junto a mí.

Sin embargo, a medida que avanzaba la Misa, algo me golpeaba. La Biblia ya no estaba junto a mí. Estaba delante de mí: ¡en las palabras de la Misa! Una línea era de Isaías, otra de los Salmos, otra de Pablo. La experiencia fue sobrecogedora. Quería interrumpir a cada momento y gritar: «Eh, ¿puedo explicar en qué sitio de la Escritura sale eso? ¡Esto es fantástico!» Aún mantenía mi posición de observador. Permanecía al margen hasta que oí al sacerdote pronunciar las palabras de la consagración: «Esto es mi Cuerpo... éste es el cáliz de mi Sangre».

Sentí entonces que toda mi duda se esfumaba. Mientras veía al sacerdote alzar la blanca hostia, sentí que surgía de mi corazón una plegaria como un susurro: «¡Señor mío y Dios mío. Realmente eres tú!»

Desde ese momento, era lo que se podría llamar un caso perdido. No podía imaginar mayor emoción que la que habían obrado en mí esas palabras. La experiencia se intensificó un momento después, cuando oí a la comunidad recitar: «Cordero de Dios... Cordero de Dios... Cordero de Dios», y al sacerdote responder: «Éste es el Cordero de Dios...», mientras levantaba la hostia.

En menos de un minuto, la frase «Cordero de Dios» había sonado cuatro veces. Con muchos años de estudio de la Biblia, sabía inmediatamente dónde me encontraba. Estaba en el libro del Apocalipsis, donde a Jesús se le llama Cordero no menos de veintiocho veces en veintidós capítulos. Estaba en la fiesta de bodas que describe San Juan al final del último libro de la Biblia. Estaba ante el trono celestial, donde Jesús es aclamado eternamente como Cordero. No estaba preparado para esto, sin embargo...: ¡estaba en Misa!

Por Dr Scott Hahn, de su libro " La cena del Cordero".

martes, abril 20, 2010

La dos columnas, un sueño muy actual...


Don Bosco había prometido a los muchachos el 26 de mayo algo bonito el ultimo o penultimo dia del mes. Y el 30 de mayo por la noche les refirió una parabola como el quiso llamarla.
He aquí sus palabras: «Os quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña no razona; con todo, yo que os contaría a Vosotros hasta mis pecados si no temiera que salieran huyendo asustados, o que se cayera la casa, se lo voy a contar para su bien espiritual. Este sueño lo tuve hace algunos días. Figúrense que están conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no ven más tierra que la que tienen debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros (televisión, radio, internet, cine, teatro, prensa), y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño posible.

A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras para defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos.

En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum. (Auxilio de los cristianos). Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium. (Salvación de los que creen).

El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitana y se congregan alrededor del Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que el viento arrecia cada vez más y que la tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el mando de sus naves respectivas. Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne por segunda vez a los pilotos, mientras la nave capitana continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente espantosa.

El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia el espacio existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas.

Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros, con materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se torna cada vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles.

En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la gigantesca nave prosigue segura y serena su camino. A veces sucede que, por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero, apenas producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen. Disparan entre tanto los cañones de los asaltantes, y, al hacerlo, revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, llenos de furor, comienzan a luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate.

Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y le sujetan. El Pontífice es herido por segunda vez, cae nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante.

Los pilotos reunidos lo han elegido inmediatamente de suerte que la noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse. El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y, al llegar al espacio comprendido entre ambas, las amarra con una cadena que pende de la proa a una áncora de la columna de la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión. Todas las naves que hasta aquel momento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la fuga, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente.

Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras navecillas, que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las primeras en llegar a las columnas donde quedan amarradas. Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y se encuentran muy distantes, continúan observando prudentemente los acontecimientos, hastaue, al desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos columnas, y allí permanecen tranquilas y serenas, en compañía de la nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina una calma absoluta.

Al llegar a este punto del relato, don Bosco preguntó a don Miguel Rúa: -¿Qué piensas de esta narración? Don Miguel Rúa contestó:
-Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es cabeza: las otras naves representan a los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de armas intentan aniquilarla.

Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Don Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y don Bosco nada dijo tampoco sobre este particular. Solamente añadió: -Has dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación de lo que tiene que suceder. Los enemigos de la Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave principal y aniquilarla si pudiesen. íSólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a María. Frecuencia de sacramentos: comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y, en todo momento. íBuenas noches!"

Memorias Biográficas de San Juan Bosco, Tomo VII

lunes, abril 19, 2010

Sobre el aborto.

Si una madre puede matar a su propio hijo, ¿que no se podra matar ya en el mundo?
 Madre Teresa de Calcuta.

viernes, abril 16, 2010

Ni Manolón ni Manolito




No, Don Manolón, que le digo yo a usted que no. Que eso de celebrar la misa en latín cada día, colocarse su manípulo, imponer el velo a las señoras para estar en misa, sacar la velita para la consagración y exigir monaguillos con roquete de puntillas pues que no. ¿De dónde se ha sacado usted esas cosas, hombre de Dios? Manías las justas, Don Manolón.
No, Don Manolito, que le digo yo a usted que no. Que eso de celebrar la misa sin revestirse, con las lecturas que le da la gana, a base de pastas y coca-cola, e inventándose los textos y las oraciones pues que no. ¿De dónde se ha sacado usted esas cosas, hombre de Dios? Manías las justas, Don Manolito.
En la iglesia nuestra de cada día hay una infinidad de curas Don Manuel que van por su vida de curas dentro de la más normalita normalidad. No son nada originales. Ni por la derecha ni por la izquierda. Dicen su misa completamente estándar, se revisten con lo de todo el mundo, leen las lecturas que tocan y celebran según dice el misal, que es, en definitiva, lo que se les manda y lo que demanda el pueblo de Dios. De esas misas tan corrientitas están llenos parroquias y conventos y con un resultado notable de fe y vivencia cristiana.
Pero… siempre hay alguien que va más allá del misal. Unos porque el misal es tal vez un tanto “protestante” y no guarda exactamente las esencias de la auténtica doctrina. Otros porque han decidido que no responde a las exigencias del hombre de hoy y que coarta la libertar y encorseta la creatividad. Tanto uno como el otro se lo pasan por el forro de su libre albedrío y deciden que a ellos nadie les dice lo que deben hacer. Y celebran, en consecuencia, exactamente como les sale de ahí.
Pues un servidor no traga. Y proclama que dictaduras ni media. Y que tan dictador es el uno como el otro, por más que los partidarios de Don Manolón digan que eso es un cura, y no el otro progre desnortado y tal. Ni por más que los de Don Manolito afirmen que eso es un cura y no como el otro carca que no sabe por dónde va el mundo. Los dos pecan de lo mismo: de creerse por encima de todos y de todo, y de saber mejor que nadie, sea el papa o María Santísima, lo que hay que hacer.
¿Tan difícil es hacer caso al misal? Para Don Manolón no hay que obedecer cuando se te manda algo que tú –interesante ese “tú”- entiendes que va en contra de la fe y la moral por más que lo diga el papa. Para Don Manolito no hay que obedecer porque lo que importa es el espíritu y ya decide él mismo –interesante ese “él mismo”- cuando hay que obedecer al espíritu y cuando a la ley.
En definitiva, que tanto uno como otro hacen lo que les sale del moño, independientemente de cualquier otra consideración. Y se ajustan a lo mandado cuando conviene al propio interés.
Pues eso en mi pueblo se llama tiranía, que no es otra cosa que hacer lo que me sale de las narices independientemente de las leyes o normas.
Don Manolito y Don Manolón han afirmado una cosa: que pasan de las normas y hacen lo que les da la gana. Pos eso. Dictadores. Tiranos. Es fácil, ¿no? Eso sí, tiranos con careta de perfección evangélica. Anda que eso no es viejo.
Pues a lo mejor la misa de Manolito es más misa… Pues a lo mejor no… En cualquier caso no eres tú quién para decidirlo. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia… Es que los doctores se equivocan. Sí. Todos menos tú, que eres infalible.


viernes, abril 09, 2010

Si quieres colaborar, puedes


¿Quieres hablar mal de tu obispo o de algún obispo que conozcas?
Puedes. No importa si es con razón o sin razón. Si has acudido primero a las instancias adecuadas o sólamente estás matando el tiempo, no importa si estás hablando mal porque lo consideras un burócrata, un mal pastor, un encubridor de pederastas, un hombre que pone la salud del cuerpo por encima de la del alma, un hombre que perdona lo que no debería de perdonar, si denunció las injusticias que había en su patria... no importa el motivo o la causa, lo que importa es hablar mal del obispo, de cualquier obispo, vivo o muerto, americano o europeo, sea cual fuere el caso es obispo y lo correcto es hablar mal de él, escribir lo que quieras decir en contra de él. Recuerda, si él denuncia es un teologo de la liberación o un liberal gnostico o pelagiano, si tu lo denuncias en un foro público eres un defensor de la cristiandad, un soldado de Dios, un cruzado


¿Quieres hablar mal del Papa?
Puedes. Tu criterio es mejor que el de él. Si se entrevista con un editor de España, si perdona o no perdona (igualmente reprobable) a los tradicionalistas de la FSSPX, si modifica el rito litúrgico, o algún canon, o no los modifica, si se entera o no se entera de el mal comportamiento de algún sacerdote o de una comunidad... no importa, tú sabes más. 


¿Quieres hablar mal de un párroco?
Puedes. Si hace mal la preparación para la primera comunión, si distribuye la comunión en la mano o en la boca, si hace asperciones de agua bendita, si se lleva bien con los fieles de su parroquia, si los centímetros de su cabellera no te parecen correctos, si le ayudan hombres o mujeres... cualquiera que sea el tipo de acciones que lleve a cabo seguramente estará mal, será un mal ejemplo, será pelagiano, newager, ignorante, seguidor de Rahner, en definitiva, un mal ejemplo para todos los cristianos, en cambio tu eres pulcro, de fe intachable, de conducta irreprochable, de comportamiento ejemplar.


¿Quieres hablar mal de alguna editorial católica o de alguna página de internet o blog hechos con alguna intención evangelizadora?
Puedes. Seguramente sus intenciones son torcidas, defenderán incorrectamente, promoverán herejías, serán liberales, teólogos de la liberación, serán blasfemos, usarán imágenes de dudosa moralidad, su humor raya en lo blasfemo... No hay nadie como tú para denunciar lo mal que todos hacen las cosas y lo bien que tú lo podrías hacer... si no le dedicaras tanto tiempo al internet


¿Quieres ofender, humillar o descalificar a cualquier cristiano?
Puedes. Si se acerca con alguna pregunta contesta con un comentario sarcástico acerca de su ignorancia, repróchale que no ha hecho las cosas bien, dile que es producto de una sociedad impia y liberal, desacredita sus participaciones porque el lenguaje que usa no te parece correcto, oféndelo si es necesario pero con la elegancia suficiente para no usar palabras que estén censuradas. Por cierto si es un moderador, mejor. Demúestrales que tú sabes más y puedes más


Todas estas acciones no promueven la desobediencia y la impiedad, mucho menos nacen de la soberbia. Son acciones hechas con ardor evangelizador, son trabajo de apostolado, es tiempo empleado en la edificación del Reino de Dios, es parte de tu oración, lo haces en la comunión de los santos, estás inspirado por el Espíritu Santo...


Si quieres colaborar, puedes


 Por Maria Bravo en los foros de Catholic.net

miércoles, abril 07, 2010

Los pecados ajenos.

Me ha tocado ver como ciertas personas se dicen consternadas por los pecados de los sacerdotes que se estan ventilando ad nauseam últimamente.

Que un sacerdote pueda ser pecador y hasta un grado llamesmole satánico no es imposible, pero de allí a perder mi paz espiritual o estar a la caza del ultimo sacerdote pescado ya no infraganti, porque muchos casos de los que se ventilan ocurrieron hace años, pues no, yo no voy a asumir ese rol, en primer lugar debo estar atento a lo que yo hago, mis pecados de palabra, obra y omisión, tratar de enmendar lo que tenga que enmendar.

Después el preocuparme por los de mi alrededor, pero no en la actitud de estar viendo si son pecadores o no, mas bien en dar ejemplo y consejo.

Enseguida orar por todos los que hemos caído en pecado, para que Dios nos de la gracia de levantarnos.

Y sobretodo, desagraviar a quien hemos ofendido por nuestros pecados, nuestros, no solo los del vecino de enfrente...